Esta cruzada fue declarada contra un culto de guerreros asesinos de la Nebulosa de Peleregon. Los Templarios Negros liderados por el Gran Mariscal Ludoldus accedieron a combatir junto a los guerreros del inquisidor Vínculus. Este inquisidor, miembro del Ordo Hereticus, y un destacamento del Adepta Sororitas de la orden de la Rosa ensangrentada. habían descubierto el origen de una serie de cultos en Peleregon IV, un planeta montañoso recorrido por ríos de lava y placas tectónicas que cambiaban a menudo.
El aterrizaje inicial apenas encontró oposición y, finalmente los Templarios Negros (entre los que se encontraba un joven neófito llamado Hellbrecht) y el Adepta Sororitas obligaron a los guerreros del culto a retirarse hasta su centro de poder, un descomunal templo excavado en el interior de un volcán de las dimensiones de un continente. Ludoldus asaltó inmediatamente la fortaleza montañosa y sus hermanos de armas tomaron la entrada y resistieron hasta que las fuerzas imperiales consiguieron abrir una brecha.
Al tiempo que los Templarios Negros y el Adepta Sororitas asaltaban el interior del volcan, lleno de impresionantes columnas, el inquisidor Vínculus se enfrentó al líder del culto y acabó con su vida, aunque el también sufrió una grave herida. Esta herida fue su perdición pues la presencia demoniaca que había ido onsumiendo al líder se manifestó y en un abrir y cerrar de ojos poseyó al debilitado inquisidor.
Un enorme demonio de Khorne tomó el cuerpo del inquisidor como si del suyo propio se tratase y empezó a abatir a sus enemigos por decenas. El Gran Mariscal Ludoldus, el Paladín del Emperador Ulricus y la Canonesa Jasmine se enfretaron al demonio en la que pasaría a ser conocida como la Batalla del Fuego y de la Sangre.
Aunque estos héroes demostraron una gran determinación y una fe indomable, la fuerza del demonio parecía ser mucho mayor. Desesperado, Ludoldus lanzó uno de sus orbes sagrados de Antioch, una bomba llena de aceites sagrados y explosivos, en la mayor sima del volcán, que estaba repleta de lava. La explosión que se produjo destrozó la sima y causó un terremoto que hizo temblar toda la montaña al tiempo que los pilares se desmoronaban. El inquisidor poseído cayó al abismo de lava y los guerreros imperiales consiguieron escapar del volcán que se les caía sobre la cabeza y asi evitar ser enterrados en vida.
Las cañoneras Thunderhawk sortearon la lluvia de fuego para recoger a las Sororitas y a los Templarios Negros supervivientes; y, aunque hubo naves que se perdieron entre las nubes de ceniza, la mayoría de ellas consiguió escapar.
Para asegurarse de que no quedaba ni rastro del demonio y su culto, Ludoldus ordenó bombardear el planeta desde la órbita y aguardó hasta que las masivas explosiones destrozaron por completo la cresta del planeta y esta se sumergió en un océano de magma.
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